Por un viajero por las tierras secas y verdes entre el Golfo y el Pacífico. Llegando a Comondú: panorama general
Cuando viajas por Baja California Sur hacia el centro-norte del estado, el territorio de Comondú te da la bienvenida con contrastes marcados: desierto pedregoso, montañas de la Sierra de la Giganta, oasis con palmas altas y huertas verdes, litorales donde se escuchan las olas y el rumor del viento; ciudades agrícolas que parecen emerger del suelo árido. Con sus 12,547.3 km², es uno de los municipios más extensos del estado y del país, cuya demografía reciente lo sitúa en unos ~ 73,000 habitantes distribuidos en ciudades grandes, pueblos pequeños, rancherías y comunidades costeras.
Límites: colinda al norte con Mulegé; al sur con La Paz; al este con Loreto y el Golfo de California; al oeste con el Pacífico.
Clima: mayormente desértico seco. Las lluvias son pocas; las temperaturas varían, siendo calientes las tierras bajas y más suaves (y algo más húmedas) las zonas de montaña.
Mucho antes de que llegara la palabra misión, de que se labrara un surco con el arado, Comondú ya estaba habitado. En sus oasis, quebradas, orillas de arroyos vivían los pueblos que hoy conocemos como Cochimíes y Guaycuras.
Los Cochimíes ocupaban la zona norte del municipio, asentados en lugares cerca de agua: manantiales, ojos de agua, pequeñas corrientes. Nombres de asentamientos indígenas antiguos siguen vivos como Cadegomó, Andachiré, Cahelembil, Iray, Quepoh, Tañuetía, Vajacahel, entre otros.
Los Guaycuras se encontraban en la costa del Golfo de California y más hacia el sur, donde podían aprovechar los recursos marinos.
Estos pueblos vivían de la recolección, de la pesca costera o de arroyo, de la caza, de huertas silvestres, de movilidad estacional, aprovechando oasis, palmerales, arroyos. La llegada de los colonizadores implicó cambios radicales: construcción de misiones, introducción de ganadería, agricultura, enfermedades, reasentamientos.
Los primeros contactos coloniales en estas tierras ocurrieron con exploraciones como las de Isidoro Atondo y el padre Francisco Eusebio Kino en 1685, quienes reconocieron que lugares como Cadegomó y Comondú tenían agua, arroyos, posibilidades para las misiones.
Los jesuitas —Juan Ugarte, Nicolás Tamaral, Julián de Mayorga, Francisco Javier Wagner, entre otros— fueron quienes asentaron misiones, trabajaron la tierra, construyeron huertos, cultivaron nuevas especies, introdujeron ganadería, estructura de iglesias y caminos.
San José de Comondú es la misión fundada en 1708, una de las comunidades misionales más antiguas con restos visibles hoy; también La Purísima (Cadegomó) fue escenario de trabajo misional importante.
En 1768 los jesuitas fueron expulsados del territorio, aunque su huella quedó: los huertos, las acequias, las edificaciones, la organización de las comunidades indígenas en torno a la nueva economía misional.
Una etapa decisiva para Comondú ocurrió en 1949 cuando se decretó la colonización de unas 400,000 hectáreas del Valle de Santo Domingo. Esa medida impulsó la llegada de colonos agrícolas de diferentes partes, transformó tierras áridas mediante sistemas de riego, pozos, cultivo, infraestructura.
En 1953 se fundó la cabecera municipal con la creación de la Colonia Revolución Mexicana. Luego en 1954 se le da nombre de Villa Constitución, y finalmente se reinstala oficialmente el municipio como tal en 1972, con Ciudad Constitución como cabecera.
Este proceso implicó: cambio en la dinámica demográfica, crecimiento poblacional, desarrollo de servicios públicos, comercio, comunicación y mayor integración con el resto de Baja California Sur.
Mientras recorres Comondú, vas pasando por ciudades agrícolas al nivel de Santo Domingo, luego rumbo a los oasis misionales, al litoral, a los cerros. Aquí algunos de los lugares que más impacto tienen —soñados, reales, contrastados.
Ciudad Constitución: la mayor población, centro administrativo. Navega entre lo urbano y lo rural: muchas colonias agrícolas, lotes, vías de transporte, mercados que reciben frutas, hortalizas, ganado, productos del mar.
Ciudad Insurgentes: se erige en el valle agrícola; es uno de los puntos de conexión para quien viaja entre los campos, comunidades costeras y ciudades.
San José de Comondú y San Miguel de Comondú: gemelos misionales escondidos en una cañada. Paisajes de palmeras, acequias, huertos, arquitectura antigua. Parecen remansos del pasado. Aquí el viajero siente que ha detenido el tiempo al caminar bajo sombra verde, junto al agua que murmura.
La Purísima (Cadegomó): oasis agrícola interior, huertas, frutas como mango, aguacate, dátil, higo. Camino hacia las misiones antiguas, mezcla de naturaleza y memoria.
Lugares costeros: Puerto Adolfo López Mateos, Puerto San Carlos y comunidades cercanas: playas, pesca, lobos marinos, aves migratorias, naturaleza marina, observación de ballena gris en temporadas adecuadas.
Comunidades rurales pequeñas y rancherías: dispersas, con gente que vive de lo que la tierra arroja, el ganado, la pesca local, el trueque, con fiestas patronales que siguen vivas, con historias orales, con un ritmo más cercano al ritmo de la naturaleza que al del reloj.
Pasar por el campo de Comondú después de enero implica ver cómo los surcos verdes florecen, cómo las hortalizas crecen bajo invernaderos, cómo los tractores labran la tierra; mientras que en el litoral los pescadores parten con redes, lobos marinos observan botes en la lejanía, y en ciudades los mercados se llenan de frutas locales, productos frescos, vida cotidiana mezclada con tradiciones.
Agricultura
El Valle de Santo Domingo es el corazón agrícola del municipio. Allí se cultivan papa, espárrago, garbanzo, trigo, naranja, alfalfa, además de hortalizas y frutas como mango, aguacate, higo, dátil.
También se ha hecho uso de tecnologías: riego, perforación de pozos, rehabilitación de tierras agrícolas, modernización de prácticas para aumentar rendimientos.
La agricultura ha sido históricamente difícil en estas tierras por la falta de agua, pero los colonos, los misioneros, luego los gobiernos, han trabajado para domar ese desierto: acequias, huertos, oasis, pozos.
Ganadería
Cría de ganado bovino para carne y leche es una actividad presente en el municipio. En zonas de sierra, en ranchos, con pastizales adaptados, con forraje sembrado como apoyo, especialmente en temporadas de sequía.
La ganadería se ve interconectada con la agricultura, pues se necesita forraje, agua, infraestructura, caminos, mercados para traslado.
Pesca y mar
Costa pacífica y litoral del Golfo de California proporcionan riqueza marina: captura de pescado, moluscos, mariscos; pesca deportiva; productos del mar que alimentan mercados tanto locales como estatales.
En temporadas adecuadas (diciembre-enero y meses invernales) hay turismo de observación de ballena gris, lo que dinamiza comunidades costeras como Puerto Adolfo López Mateos, Puerto San Carlos.
También lobos marinos, aves migratorias, especies de flora y fauna costera son parte integral del paisaje natural que atrae visitantes.
Comercio, servicios y actividades productivas
En las ciudades principales (Ciudad Constitución, Insurgentes), los mercados agrícolas, los intermediarios de productos del campo, tiendas generales, talleres, transporte, servicios públicos existentes y en expansión.
En localidades costeras, el comercio ligado al turismo: hospedaje, restaurantes, servicios de guías, lancheros, venta de artesanías locales.
Recientemente, empresas turísticas y restaurantes han recibido distintivos de calidad (“Moderniza”, certificaciones) que apuntan a elevar la oferta y generar confianza en los visitantes.
Se certificaron también guías de turismo locales en Puerto San Carlos y Adolfo López Mateos, especialmente guías de lancheros para tours de naturaleza, observación de ballena, etc.
Si vinieras conmigo hacia San José de Comondú, te invitaría a caminar bajo los palmares que se agitan con la brisa, a visitar la iglesia antigua, a ver la cañada que cobra vida con el agua que baja desde la sierra, a escuchar las leyendas del pueblo, a probar los dulces de frutas en huertos locales. Luego te llevaría hacia la costa, al sol, al mar, al espectáculo de la ballena gris, al nado, al avistamiento de lobos marinos y aves, al silencio profundo de playas remotas.
El Corredor de las Misiones: San Luis Gonzaga, La Purísima, San José de Comondú. Turismo cultural e histórico: misiones antiguas, huertos, oasis, arquitectura colonial.
Observación de ballena gris: Puerto Adolfo López Mateos y Puerto San Carlos destacan por ello. Guías, lancheros certificados ofrecen excursiones (respetuosas del medio ambiente) en temporadas de migración.
Playas, mar y actividades náuticas: deportes acuáticos, pesca deportiva, navegación, snorkel, observación de flora y fauna marina. Las costas del Pacífico, los estuarios, las bahías de Magdalena y Almejas ofrecen paisajes naturales de gran belleza.
Turismo rural y de naturaleza: visita a huertos, acequias, pozos, caminatas por la Sierra de la Giganta, observación de aves, recorridos culturales en comunidades misionales como San José, San Miguel.
Como todo territorio vivo, Comondú enfrenta tensiones. No todo lo que brilla es fácil; no todo lo que es verde sigue siendo fértil para siempre, no toda costa permanece virgen, no toda comunidad tiene los mismos servicios, no siempre la gente joven se queda.
Agua: la mayor limitación. Sequías, sobreexplotación de acuíferos, cambio climático amenazan la agricultura, la ganadería y la existencia misma de los oasis.
Desigualdad de servicios: comunidades alejadas tienen pocas escuelas, atención médica limitada, poca conectividad, caminos en pésimo estado, falta de transporte público.
Preservación patrimonial: las misiones antiguas, las construcciones antiguas, las tradiciones indígenas o misionales están en riesgo de deterioro físico, de olvido cultural, de ser desplazadas por lo moderno sin cuidado.
Turismo sostenible: un gran reto es cómo recibir visitantes sin agotar los ecosistemas, sin generar basura, sin dañar litoral, sin impactar fauna marina, sin afectar la vida de quienes habitan esos lugares por generaciones.
Mercados y valor agregado: cultivar frutas, producir leche o capturar pescado está muy bien; pero para que la economía local prospere, se necesita mejorar infraestructura de procesamiento, transporte, almacenamiento, certificaciones, presencia en mercados más amplios.
Para poner rostro a estos datos, imagina este recorrido:
Amaneces en Ciudad Constitución. El sol golpea temprano, el aire ya huele a tierra y agricultura: camiones cargados de cajas de tomate, chile, esparrago, papa, cebolla, chile que salen rumbo al mercado. Te detienes en una huerta, ves campesinos revisando plantas, chapotes de agua de riego, pequeños invernaderos. El canto del gallo se mezcla con el silbido del viento del sur.
Procedes hacia la sierra, te internas por una cañada. Aparcas antes de San Miguel. Caminas entre palmeras, huertas, bordes de arroyos. Veredas de tierra que siguen siendo caminos de herradura. San José y San Miguel asoman, casas antiguas con tejas, Iglesia misional pintada de azul, huertos de mango, higo, dátil; los habitantes comparten historias: los cochimíes, los frailes, los viejos manantiales, la Poza Grande, el cerro El Pilón.
Luego bajas hacia la costa. Llegas a Puerto Adolfo López Mateos. La brisa cambia: sal marina, olas, gaviotas. Escuchas a los lancheros prepararse para tours de avistamiento de ballenas. El mar respira, la fauna se mueve. Caminas por la playa, ves niños pescando al amanecer, redes tendidas, mujeres lavando pescado. Comida fresca: ceviche, mariscos, unas frutas tropicales cortesía de quien las cultivó tierra adentro.
Noche en Insurgentes, Constitución, o en Puerto San Carlos: luces, música local, mercados, puestos de tacos, café caliente, conversación sobre el futuro: ¿cómo será este valle dentro de 20 años? ¿habrá más agua? ¿qué quedará de los huertos? ¿se conservarán los caminos antiguos?
Comondú no es simplemente un destino para ver; es un territorio para sentir. Es la memoria viva de los Cochimíes, de los frailes jesuitas, de campesinos que abrieron surcos donde parecía imposible cultivar, de pescadores que desafían el mar, de comunidades que resisten, rituales y fiestas que nutren las raíces.
Su riqueza está en sus contrastes: en los oasis escondidos, en la aridez que se hace verde con agua, en la costa que se convierte en escenario natural, en las misiones que cuentan historias, en la agricultura que late, en la pesca que da sustento, en el comercio que conecta.
Y aunque las amenazas son reales —agua, desigualdad, pérdida de lo tradicional—, también es real la capacidad de la gente de Comondú para imaginar y construir. Con cada turista que llega, con cada semilla que germina, con cada fiesta que revive, se siembra esperanza.