Raúl era un estudiante de secundaria como cualquier otro. Vivía con sus padres en una casa pequeña pero acogedora, y tenía buenos amigos en la escuela con quienes pasaba las tardes hablando de videojuegos, tareas y las últimas bromas del salón. Pero había algo que lo atormentaba cada noche: sus pesadillas.
Todo comenzó después de un examen difícil de matemáticas. Esa noche, mientras dormía, soñó que estaba solo en su escuela, en un pasillo interminable donde cada puerta lo llevaba de vuelta al mismo lugar. Las luces parpadeaban y un murmullo extraño llenaba el aire. Desesperado, trató de salir, pero las puertas desaparecían una tras otra. Despertó agitado, con el corazón latiendo con fuerza.
Pensó que era solo un mal sueño, pero al día siguiente la historia se repitió. En su nueva pesadilla, la escuela estaba vacía y oscura. Caminaba por los pasillos hasta llegar a su salón, donde encontró a sus amigos, pero cuando intentó hablarles, sus voces no salían. De pronto, todos se dieron la vuelta al mismo tiempo, con rostros pálidos y ojos sin vida. Un escalofrío recorrió su espalda y despertó de golpe.
Los días pasaban y las pesadillas se volvían cada vez más intensas. A veces soñaba que se caía por un túnel sin fin dentro de su escuela, otras que un profesor con una sonrisa siniestra lo llamaba a su escritorio y, al acercarse, descubría que no tenía rostro. Su miedo crecía, y cada mañana llegaba a clases con los ojos cansados y las manos temblorosas.
Sus amigos comenzaron a notarlo.
—Raúl, ¿estás bien? —le preguntó Daniel un día en el recreo.
—No duermo bien... todas las noches tengo pesadillas con la escuela —respondió él, sintiendo un nudo en el estómago.
—Tal vez es estrés —dijo Mariana—. A veces, cuando estamos nerviosos por algo, nuestro cerebro nos juega malas pasadas.
—Sí... pero esto es diferente —Raúl suspiró—. Se siente tan real… como si algo quisiera atraparme en mis sueños.
Esa noche, se preparó para dormir con miedo. Pero esta vez, antes de cerrar los ojos, decidió enfrentar su miedo.
En la pesadilla, caminó por la escuela oscura y se detuvo frente a una sombra alta que lo acechaba desde un rincón. En lugar de correr, respiró profundo y preguntó:
—¿Quién eres? ¿Por qué me atormentas?
La sombra se quedó quieta. Lentamente, comenzó a tomar forma… era él mismo, pero con una expresión de terror en el rostro. En ese momento, lo entendió: el miedo lo estaba controlando.
Raúl cerró los ojos en el sueño y repitió para sí mismo: "No tengo miedo". Cuando los abrió, la sombra había desaparecido.
A la mañana siguiente, despertó sin pesadillas. Por primera vez en semanas, se sintió en paz. Había aprendido que sus miedos no lo dominaban, sino que él podía enfrentarlos.
Y así, con el tiempo, las pesadillas se fueron, dejando en su lugar una nueva confianza en sí mismo.
