Vives en una casa antigua, heredada de tu abuela, que murió sola hace años. La casa es grande, con pasillos largos y techos altos que crujen por las noches. Pero lo que más te inquieta desde que te mudaste es el espejo del pasillo principal. Es un espejo antiguo, de marco dorado oxidado, que llega casi hasta el suelo. Tu abuela siempre lo cubría con una sábana blanca, diciendo que "los espejos viejos guardan cosas que no deberían verse".
Al principio, lo ignoraste. Quitaste la sábana el primer día, pensando que era una superstición tonta. El espejo reflejaba el pasillo perfectamente: las puertas cerradas, la luz tenue de la lámpara de araña, y a ti, de pie frente a él.
Las primeras noches fueron normales. Te acostabas tarde, trabajando en tu computadora, y al pasar por el pasillo para ir a la cama, te mirabas un segundo en el espejo. Todo bien.
Pero una noche, alrededor de las 3 a.m., te levantaste para tomar agua. El pasillo estaba oscuro, solo iluminado por la luna que entraba por la ventana del fondo. Al pasar frente al espejo, algo te hizo detenerte. Te viste reflejado, como siempre... pero había un retraso. Muy leve. Como si tu reflejo se moviera un segundo después de ti.
Parpadeaste fuerte. Sacudiste la cabeza. "Estoy cansado", pensaste. Te fuiste a la cama.
A la noche siguiente, pasó de nuevo. Esta vez, estabas cepillándote los dientes en el baño contiguo al pasillo. Escuchaste un ruido suave, como un paso. Saliste y miraste el espejo desde el umbral. Tu reflejo estaba allí, quieto, mirándote. Pero tú no estabas frente a él todavía. Te acercaste despacio, y el reflejo te imitó... con ese mismo retraso imperceptible.
Empezaste a evitar el pasillo por la noche. Usabas la escalera trasera para subir a tu habitación. Cubriste el espejo con la sábana otra vez, como hacía tu abuela.
Una semana después, no pudiste resistir. La curiosidad te mataba. Era medianoche. Quitaste la sábana de un tirón y te paraste frente al espejo, con la luz apagada, solo la luz de tu celular iluminando tu cara.
Te miraste fijo a los ojos. El reflejo te devolvió la mirada.
Entonces sonreíste. Una sonrisa pequeña, de prueba.
El reflejo no sonrió.
Esperó un segundo... y luego sonrió más grande. Demasiado grande. Los dientes más blancos, los ojos más abiertos.
Retrocediste. El corazón te latió tan fuerte que lo sentiste en la garganta.
Apagaste el celular y corriste a tu habitación, cerrando la puerta con llave.
No dormiste.
Al día siguiente, decidiste deshacerte del espejo. Lo bajaste al sótano, lo envolviste en plásticos y lo dejaste en un rincón oscuro.
Esa noche, por primera vez en días, dormiste tranquilo.
Hasta que te despertó un ruido.
Un paso. Lento. En el pasillo.
Te incorporaste en la cama. La puerta de tu habitación estaba entreabierta (tú la habías cerrado con llave, lo recordabas perfectamente).
Otro paso. Más cerca.
Y luego... silencio.
Te levantaste temblando, encendiste la luz. El pasillo estaba vacío.
Pero al fondo, donde antes estaba el espejo... ahora había uno nuevo.
Idéntico.
El marco dorado oxidado. El vidrio antiguo.
Y dentro, algo te miraba.
No eras tú.
Era tu cara, sí. Tus ojos. Tu pelo.
Pero estaba sonriendo.
Y cuando te acercaste, sin poder evitarlo, como si algo te empujara... el reflejo levantó una mano y tocó el vidrio desde adentro.
Tú no levantaste la mano.
Entonces entendiste por qué tu abuela cubría el espejo.
Y por qué murió sola.
Porque una noche, el reflejo salió.
Y ahora... está en la casa contigo.
Mírate al espejo esta noche.
Solo un segundo.
¿Ves el retraso?
