Carlos era un joven de 15 años que vivía en Todos Santos. Desde que tenía memoria, siempre había sentido miedo. Miedo a fallar, miedo al qué dirán, miedo a no ser lo suficientemente bueno. Pero había algo que lo aterraba más que todo: hablar en público. Cada vez que le pedían que participara en clase o que presentara algún proyecto, sentía cómo el estómago se le revolvía y las manos le temblaban. Se imaginaba las risas y los comentarios si decía algo incorrecto, y eso lo paralizaba.
A pesar de su miedo, Carlos tenía un sueño: quería ser médico. Le fascinaba la ciencia y le emocionaba la idea de ayudar a los demás. Sabía que para lograrlo necesitaría superar muchos retos, pero el miedo seguía siendo su mayor obstáculo.
Un día, en la escuela Secundaria, el profesor Alejandro Torres de ciencias anunció que habría una feria científica y que todos los estudiantes debían presentar un proyecto. Carlos sintió un nudo en la garganta. No solo tendría que investigar y preparar un proyecto, sino que también tendría que presentarlo frente a sus compañeros y profesores. La idea lo abrumaba, y por un momento consideró la posibilidad de no participar.
Sin embargo, su mejor amigo, Antonio, lo animó. "Tienes que hacerlo, Carlos. Esta es tu oportunidad de mostrar lo que sabes. Además, ¿quién mejor que tú para hablar de ciencia? Eres el más inteligente de la clase en eso". Las palabras de Antonio le dieron un poco de confianza, aunque el miedo seguía presente.
Carlos decidió que su proyecto sería sobre el sistema circulatorio humano, un tema que siempre le había apasionado. Pasó semanas investigando, leyendo libros, viendo videos y haciendo experimentos. Cada vez que se sumergía en el mundo de la ciencia, el miedo se desvanecía por un momento, pero siempre volvía cuando pensaba en la presentación.
Llegó el día de la feria había una algarabía, y mientras los demás estudiantes terminaban de preparar sus proyectos, Carlos sentía que no estaba listo. Había practicado su presentación una y otra vez frente al espejo, pero nada lo había preparado para el miedo que sentía al ver a todos sus compañeros y profesores reunidos en la cancha de la escuela.
Cuando llegó su turno, Carlos respiró hondo y subió al escenario. Su corazón latía con fuerza, y por un momento pensó que no podría hablar. Sin embargo, recordó por qué estaba allí: amaba la ciencia y quería compartir ese sentimiento con los demás. Comenzó a hablar lentamente, explicando cómo funciona el sistema circulatorio, cómo el corazón bombea sangre y cómo las arterias y venas transportan oxígeno por el cuerpo.
Al principio, su voz temblaba, pero poco a poco fue ganando confianza. Miraba a su amigo Antonio, quien le sonreía desde el público, y eso le dio el impulso que necesitaba para seguir. Terminó su presentación con una demostración utilizando un modelo del corazón que había construido, y cuando terminó, la cancha de la secundaria estalló en aplausos.
Carlos no podía creerlo. Lo había hecho. Había superado su miedo y había presentado su proyecto con éxito. Después de la feria, muchos de sus compañeros y profesores se acercaron a felicitarlo. Incluso algunos le dijeron que les había inspirado a estudiar más sobre el cuerpo humano.
Aquel día, Carlos aprendió algo importante: el miedo no desaparece por completo, pero se puede superar. Descubrió que, si bien siempre sentiría nervios antes de hablar en público, podía enfrentarlo y salir victorioso. Y lo más importante, aprendió que sus sueños eran más grandes que sus miedos.
Con el tiempo, Carlos siguió trabajando duro, y años después, cumplió su objetivo de convertirse en médico egresado de la UAG. Recordaba aquel día en la feria científica como el primer paso hacia la superación de sus miedos, y sabía que, sin ese desafío, quizás nunca habría tenido la confianza para seguir adelante.
Esta historia refleja cómo la perseverancia y el deseo de alcanzar un sueño pueden ayudar a superar cualquier obstáculo, incluso los miedos más profundos.