Clase Para los que No Están (Cuento)

La Escuela General #1 "Pedro Jaime” cerró hace más de treinta años, después de un incendio que dejó parte del edificio destruido.13570418094?profile=RESIZE_400x Desde entonces, fue reemplazada por una nueva escuela al sur del pueblo. Sin embargo, los vecinos aseguran que por las noches, desde los salones calcinados de la vieja primaria, se oyen voces infantiles, risas… y el inconfundible timbre del recreo.

Lo más perturbador: nadie ha podido desinstalar ese timbre. Cada vez que lo intentan, alguien del equipo muere accidentalmente al poco tiempo.

Alma Delia, una joven docente recién llegada al pueblo, había oído los rumores. Pero no les prestaba atención. Era racional, lógica y con una fascinación por los sitios “embrujados”. Así que cuando encontró la escuela vieja abandonada, no resistió la tentación de entrar.

El 14 de febrero por la tarde, acompañada solo de una libreta y su celular para grabar, cruzó el portón de hierro oxidado. Las paredes estaban cubiertas de moho, las bancas partidas, y en el salón 3-B, aún colgaba el cartel polvoriento de:
“Bienvenidos al ciclo 1992-1993”.

Al fondo del aula, alguien había escrito con tiza:
“No faltes a clase. Ya casi toca lista.”

Alma Delia creyó que era una broma. Se rió, tomó fotos, incluso grabó un video. Pero cuando se dio la vuelta para salir, la puerta se había cerrado sola.

El timbre sonó. Claro, nítido, imposible.

Y entonces, lo más extraño: escuchó pasos, muchas risas, el arrastre de bancas. Las bancas comenzaron a llenarse solas. Sombras infantiles se sentaban, giraban a verla, esperaban. Al frente, el pizarrón se encendió como una pantalla, y con una tiza invisible comenzó a escribirse:

“Clase de Historia. Tema: El fuego que no perdona.”

—¿Qué es esto…? —susurró Alma Delia.

Un cuaderno cayó al suelo frente a ella, con letras torcidas en la portada:
“Libro de asistencia. Maestra Alma Delia Bareño.”

Las páginas estaban llenas de nombres de niños, tachados… excepto el último. Su nombre. Y al lado, la palabra:

“Presente.”

Las sombras comenzaron a repetir al unísono una canción escolar, pero al revés. Una de ellas se levantó y se acercó a Alma Delia. Su cara estaba completamente quemada, pero con ojos brillantes, tristes.

—Usted debe enseñarnos… antes de irse —dijo el niño.

Alma Delia, sin entender por qué, se paró frente al pizarrón. Comenzó a hablar de historia, de los héroes, de fechas... Las sombras escuchaban con atención. Aplaudían.

Pero con cada palabra que decía, Alma Delia envejecía. Su voz se volvía más seca. Sus manos, arrugadas. Su alma… parecía quedarse pegada a las paredes.

Cuando la lección terminó, las sombras se levantaron, aplaudieron de nuevo, y desaparecieron. El timbre volvió a sonar. La puerta se abrió.

Alma Delia fue encontrada sentada en el escritorio del salón 3-B. Tenía más de 70 años, aunque su identificación aún marcaba 28. Estaba sonriente… y completamente en paz.

Desde entonces, las voces en la escuela vieja cesaron. Pero cada 14 de febrero, una mujer anciana entra al salón 3-B, da una clase completa a un salón vacío, y al salir… vuelve a ser joven.

Y en el pizarrón queda escrito: “Gracias por no faltar.”

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