No sé cómo empezar esto sin sonar confundida, pero la verdad es que lo estoy. Cada día que pasa siento más presión por tener que decidir qué quiero ser en la vida, como si tuviera que tener todas las respuestas a los quince años. A veces me pregunto si las personas adultas se acordarán de lo difícil que es esto, de lo mucho que uno se cuestiona todo cuando está a punto de elegir algo que según todos, puede cambiarte la vida para siempre.
Últimamente, todo gira alrededor del futuro. Mis papás preguntan qué quiero estudiar, en la escuela los maestros repiten una y otra vez que “de esto depende tu futuro”. Pero, ¿y si no lo tengo claro todavía? ¿Y si no sé si lo que me gusta hoy me seguirá gustando en cinco o diez años? A veces siento que me están obligando a elegir con los ojos vendados.
Me gustan muchas cosas. Me encanta escribir, imaginar historias, crear mundos desde cero, pero también me gusta mucho ayudar a las personas, entenderlas, dar consejos. A veces me imagino siendo psicóloga, otras veces abogada, otras simplemente viajando por el mundo administrando empresas. Pero también hay días en los que me pregunto si no estoy soñando demasiado, si no debería pensar en algo más “seguro”, como me dice mi mamá. Ella siempre me repite: “Escoge una carrera que te dé estabilidad”, pero yo me pregunto: ¿y qué pasa con ser feliz?
Siento que cada decisión que tomo últimamente pesa el doble. Si elijo estudiar algo artístico, muchos me van a decir que es una pérdida de tiempo. Si decido seguir una carrera más tradicional, puede que acabe infeliz, haciendo algo que no me llena. Me da miedo arrepentirme, me da miedo sentir que elegí lo que los demás querían y no lo que yo de verdad deseaba. ¿Y si dentro de unos años me doy cuenta de que nunca me escuché a mí misma?
A veces me comparo con mis amigas. Algunas ya tienen todo planeado: saben qué quieren estudiar, en qué universidad, hasta en qué país. Yo las admiro, pero también me siento muy diferente. Yo cambio de idea casi cada semana. Una vez quiero estudiar medicina y al siguiente día me da miedo la sangre. ¿Eso me hace inmadura? ¿O simplemente humana?
Creo que lo que más me cuesta es aceptar que está bien no saber. Que no tener todo resuelto no es un fracaso. Que a esta edad, lo normal es tener dudas. Pero aún así, no dejo de sentir la incertidumbre de saber lo que me espera.
Me gustaría que alguien me dijera que tengo chance de equivocarme, de cambiar de camino si lo necesito. Que puedo redescubrirme cuantas veces quiera, ¿O será que me estoy hostigando demasiado?. Que la vida no es una línea recta, sino un montón de caminos que a veces se cruzan y otras veces se regresan. Me gustaría creer que hay más de una forma de estar bien en el futuro.
Por ahora, solo puedo prometerme algo: que no voy a elegir desde el miedo. Que lo que decida, lo voy a hacer intentando escucharme, aunque sea en medio del ruido de las opiniones de todos. Y si me equivoco, pues aprenderé. Porque tal vez eso también sea crecer: aprender a construir tu vida sin tener todas las instrucciones, confiando en ti misma, paso a paso.
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