En la última semana, observé que una estudiante que siempre se había destacado por su empeño en clase y por cumplir con todos sus trabajos, se mostraba con sueño y distraída. No lograba concentrarse en la actividad asignada ese día. Le pregunté qué le sucedía, me explicó que se había desvelado hasta las 4 de la mañana jugando en línea. Me sorprendió todo el tiempo que pasó despierta, y ella me dijo que el juego consistía en un reto donde perdía el que se rindiera primero. Ese día no logró terminar su actividad, y me di cuenta de que en días anteriores tampoco había concluido sus trabajos.
En el aula, es común que tenga que pedirles constantemente a mis alumnos que guarden sus celulares, ya que son una gran distracción que les impide terminar sus actividades. Pero el problema no termina en la escuela. En casa, como el caso con el que inicie, muchos adolescentes carecen de supervisión, lo que les permite pasar numerosas horas frente a sus celulares. Recientemente leí que en México un adolescente promedio pasa alrededor de 7.5 horas diarias frente a una pantalla, ya sea un celular o videojuegos.
La Asociación Americana de Psicología (EEUU), ha realizado estudios donde ha encontrado que entre las afectaciones a los jóvenes por uso excesivo de celular están:
Fatiga ocular, dolor de cuello y espalda por postura incorrecta
Problemas de sueño, ya que la luz azul interfiere con la producción de melatonina, necesaria para el sueño.
Ansiedad y depresión debido a la comparación social y económica constante en redes sociales y el ciberacoso.
Aislamiento social al pasar demasiado tiempo en el celular disminuyendo su capacidad para establecer relaciones sociales.
Conflictos con los padres debido a que dejan de hacer sus responsabilidades.
Disminución del rendimiento escolar.
Aunado a lo anterior estudios realizados por la misma Asociación Americana de Psicología indican que pasar más de cinco horas al día en dispositivos electrónicos aumenta en un 71% el riesgo de presentar factores de riesgo suicida.
Ante esta realidad, es impostergable preguntarnos:
¿qué estamos haciendo como docentes y padres de familia?
¿Estamos dándole la atención que requiere este problema, o esperaremos a que una generación se pierda y solo nos queden las lamentaciones?
Es importante que consideremos este problema con seriedad y tomemos las medidas necesarias para atender este problema y aseguremos el desarrollo emocional y social sano de nuestros jóvenes.
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