Últimamente me siento agotada, como si la vida fuera una carrera en la que siempre voy detrás, corriendo sin descanso, intentando alcanzar algo que nunca llega. Desde que entré a la preparatoria, todo se volvió más difícil de lo que imaginaba. No se trata solo de estudiar o hacer tareas; es una sensación constante de tener que rendir, de demostrar que puedo con todo, aunque por dentro me esté desmoronando.
Al principio, estaba emocionada. Me compré libretas nuevas, planeé organizar mis tiempos, y me prometí que sería mi mejor versión. Pero con los días, las clases se fueron acumulando, los proyectos se volvieron eternos y los exámenes parecían no tener fin. Todo el mundo me decía que era “normal”, que la preparatoria era así, que debía acostumbrarme. Pero nadie te dice lo que se siente cuando tu mente ya no da más, cuando tus ojos se cierran sobre los apuntes y tu cuerpo te pide un descanso que nunca llega.
A veces paso tanto tiempo frente a la computadora que ni siquiera noto cuándo anochece. Me levanto temprano, voy a clases, estudio, hago tareas, y cuando por fin tengo un momento libre, ya no tengo energía para hacer nada que me guste. Dejé de dibujar, de leer por placer, de salir con mis amigas. Incluso he notado que casi no hablo con mi familia; siempre estoy ocupada, siempre hay algo pendiente. Siento que poco a poco me estoy perdiendo a mí misma entre exámenes y entregas.
Antes me gustaba cuidar de mí. Me arreglaba, me ponía música mientras me peinaba, y hasta me preparaba un desayuno bonito solo para empezar el día con buena energía. Ahora todo es rápido: un café, un pan, y a correr para no llegar tarde. En las noches me miro al espejo y me cuesta reconocerme. Tengo ojeras, mi piel luce cansada y mi sonrisa parece forzada. No es que esté triste todo el tiempo, pero sí siento una especie de vacío, como si algo dentro de mí se apagara lentamente.
Lo más difícil es la presión. Todos esperan algo: los maestros quieren buenas calificaciones, mis papás esperan que sea responsable, y yo misma me exijo demasiado. Pero a veces, mientras estudio hasta tarde, me pregunto: ¿y si no puedo con todo? ¿Y si reprobar no me hace menos capaz, sino simplemente humana? Me gustaría poder detener el tiempo un momento, respirar y volver a sentir que estudio porque quiero aprender, no solo porque debo cumplir.
He notado que la sobrecarga escolar no solo me afecta mentalmente, sino también físicamente. Me duele la cabeza casi todos los días, duermo mal y me alimento peor. He llegado a saltarme comidas por terminar trabajos, y eso me hace sentir culpable después. Me repito que lo hago por responsabilidad, pero ¿de qué sirve tanto esfuerzo si al final termino sintiéndome vacía y cansada?
Hace poco, una amiga me dijo que también se sentía así. Me sorprendió, porque la veía tan tranquila, tan organizada. Hablamos durante el receso y me confesó que también se sentía presionada, que lloraba en silencio por las noches y que se sentía insuficiente. Esa conversación me hizo darme cuenta de que no soy la única. Que detrás de las sonrisas, todos estamos luchando con algo, intentando mantenernos a flote en un sistema que a veces parece no dejarnos respirar.
Desde entonces, trato de ser más compasiva conmigo misma. No siempre lo logro, pero estoy aprendiendo a soltar la idea de perfección. Hay días en los que no puedo con todo, y está bien. He empezado a tomar pequeños descansos, a darme permiso de apagar el celular y simplemente estar conmigo. A veces salgo a caminar, sin audífonos, solo escuchando el viento y dejando que mis pensamientos se acomoden. Son momentos breves, pero necesarios.
A veces escribo esto —mi diario— como una forma de recordarme que sigo aquí, que no soy solo una estudiante, sino una persona con emociones, sueños y límites. Me gusta pensar que algún día leeré estas páginas y me reiré de lo mucho que me presionaba, de lo poco que confiaba en mí. Pero por ahora, solo quiero avanzar un día a la vez, sin sentir que tengo que cargar el peso del mundo.
He aprendido que descuidarme no es la forma de ser responsable. Que no sirve de nada tener un diez en todas las materias si mi salud mental está en cinco. Me cuesta aceptarlo, porque siempre he creído que valgo por lo que logro, por los resultados que entrego. Pero últimamente, cuando me detengo a pensar, me doy cuenta de que también valgo cuando descanso, cuando río, cuando simplemente existo sin exigirme tanto.
Hay días en los que me despierto con ganas de cambiarlo todo: de decir “basta”, de ponerme a mí primero. Pero luego regreso a la rutina, a los trabajos acumulados, a las clases que no puedo saltarme. Aun así, intento no perderme por completo. A veces, aunque esté cansada, pongo mi canción favorita, bailo un poco frente al espejo o escribo una frase bonita en mi libreta. Son cosas pequeñas, pero me ayudan a sentirme viva, a recordar que no todo es estudio y presión.
Quisiera que los adultos entendieran que ser estudiante hoy no es tan fácil como ellos piensan. No solo son tareas, también son expectativas, comparaciones y miedo a fallar. Vivimos con la idea de que si no somos los mejores, no llegaremos a ningún lado. Pero, ¿qué pasa cuando intentamos tanto que nos olvidamos de disfrutar el camino?
A veces imagino que soy otra persona, alguien sin preocupaciones, que puede acostarse sin pensar en lo que tiene pendiente. Pero luego pienso que todo esto, por más pesado que sea, también me está enseñando algo. Me está enseñando a conocerme, a saber hasta dónde puedo llegar y cuándo debo parar. Me está mostrando que cuidarme no es un lujo, sino una necesidad.
Hoy, mientras escribo esto, tengo frente a mí una montaña de tareas, pero decidí detenerme. Por primera vez en mucho tiempo, elegí escribir algo que no es para calificación, algo que no será evaluado. Solo quiero desahogarme, ponerle palabras a todo lo que siento. Tal vez nadie lo lea, pero yo sí. Y eso basta.
Sé que la preparatoria no será para siempre. Que este cansancio, esta presión y este caos, también pasarán. Y cuando eso suceda, quiero mirar atrás y saber que no me perdí a mí misma en el intento. Quiero recordar que, a pesar de todo, seguí buscando mi equilibrio.
Cierro esta entrada con un pensamiento que quiero grabar en mi mente: no puedo dar lo mejor de mí si no estoy bien conmigo. Puedo ser responsable, sí, pero también necesito descansar, reír, dormir y sentir. No soy una máquina, soy una adolescente intentando entender su mundo, y eso también tiene mérito.
Así que, aunque mañana me espere otro día lleno de pendientes, hoy me permitiré soltar un poco. Me haré un té, pondré música suave y dejaré que mi mente descanse. Porque si algo he aprendido en este caos llamado preparatoria, es que también se vale detenerse, respirar y cuidarse. No quiero seguir perdiéndome entre tanto deber. Quiero volver a encontrarme, poco a poco, con paciencia y cariño.
Comentarios