En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía Irma, una joven de diecisiete años que asistía a la preparatoria y trabajaba arduamente 12671656679?profile=RESIZE_180x180limpiando casas para sostener a su hermano menor, Marduk. Su madre, ausente en gran parte de sus vidas, apenas prestaba atención a Marduk, quien estudiaba en el turno vespertino de la secundaria.

Irma se levantaba temprano cada día, antes del amanecer, para preparar algo de comida para Marduk. A veces, encontraba a su hermano con la mirada perdida y el estómago vacío, pues su madre solía dejarlo sin alimentos ni atención antes de irse a trabajar. Aquello partía el corazón de Irma, quien se esforzaba por ser madre y hermana al mismo tiempo.

El trabajo de limpieza de casas no era fácil. Irma pasaba largas horas puliendo muebles, limpiando baños y aspirando alfombras. A pesar del cansancio, sabía que cada moneda ganada era crucial para asegurar que Marduk tuviera lo suficiente para comer y pudiera continuar con sus estudios.

Una tarde, mientras Irma terminaba de limpiar una casa lujosa en la colina, escuchó una conversación entre los dueños de la casa. Hablaban de sus hijos, de las vacaciones que planeaban y de las nuevas inversiones. Irma sintió un nudo en la garganta al pensar en las diferencias tan marcadas entre su vida y la de aquellos niños que no tenían que preocuparse por el mañana.

Al regresar a casa esa noche, encontró a Marduk en la cocina, mirando tristemente el interior vacío del refrigerador. Irma se apresuró a prepararle algo de comer con lo poco que tenían. Mientras comían en silencio, Marduk rompió el hilo de la conversación habitualmente tranquila entre ellos.

"¿Por qué mamá no está aquí para cuidarme?", preguntó Marduk con una voz temblorosa.

Irma guardó silencio por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, dijo con ternura: "Mamá... ella tiene mucho en su mente, Marduk. Pero no te preocupes, siempre estaré aquí para ti".

Marduk asintió lentamente, sintiendo el consuelo en las palabras de su hermana mayor. Ambos sabían que, aunque su madre no estaba presente como ellos deseaban, tenían el uno al otro y eso era lo que más importaba.

Con el tiempo, Irma continuó trabajando duro, enfrentando cada día con determinación y amor por su hermano. A medida que Marduk crecía, Irma se aseguraba de que tuviera todo lo necesario para prosperar en la escuela y en la vida. Juntos, construyeron un puente sobre las dificultades que enfrentaban, encontrando fuerza en su vínculo y en la esperanza de un futuro mejor.

Así, en aquel pequeño pueblo entre montañas, Irma y Marduk descubrieron que el verdadero amor y la verdadera familia no siempre se limitan a la sangre, sino que se encuentran en los actos cotidianos de cuidado y sacrificio.

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