Hoy fue el último día de secundaria. Oficialmente terminé una etapa de mi vida que, sinceramente, no sé si voy a recordar con cariño. Muchas personas me decían que este día iba a ser muy emotivo, que lo iba a llorar, que me iba a costar despedirme… pero la verdad es que no sentí nada de eso. Cerré mi mochila por última vez y no me tembló ni una lágrima. Caminé por los pasillos por última vez y no me pasó nada por dentro. Fue como si, en vez de estar cerrando un capítulo importante, simplemente estuviera terminando un libro que nunca me atrapó del todo.
No quiero sonar fría ni ingrata, pero la secundaria nunca fue lo que me prometieron. En las películas todo es drama y risas, fiestas, amistades inquebrantables, profesores inspiradores. En la vida real, al menos en la mía, fue agotamiento emocional, presión constante, gente que fingía ser tu amiga pero no lo era, y muchas veces, soledad. No sé si fui yo la del problema o simplemente no me encontré con las personas correctas. Tal vez un poco de ambas.
Recuerdo cómo me sentía al inicio del primer año. Estaba tan emocionada, con miedo también, pero con esa esperanza de que todo iba a ser distinto, como si fuera a descubrir quién era de verdad. Y sí, descubrí cosas de mí… pero de una forma dolorosa. Me di cuenta de que tenía que cambiar constantemente para encajar, que a veces reírte con otros es solo una forma de evitar que se rían de ti. Aprendí a mantener la cabeza baja, a evitar los conflictos, a quedarme callada aunque tuviera cosas que decir. Aprendí a esconder partes de mí, para sobrevivir en un ambiente donde todos buscaban destacar a costa de alguien más.
Hoy me preguntaron si iba a extrañar a alguien, y dije que no. Algunas personas se rieron como si no lo dijera en serio, pero sí lo decía en serio. No hay nadie que haya significado tanto para mí como para que me duela separarme. Eso me da tristeza, sí, pero también paz. Porque significa que no dejo nada pendiente. No dejo promesas rotas, ni vínculos que no quiero soltar. Me voy limpia.
Cuando escuché los discursos de despedida, sentí que estaban hablando de una escuela diferente. “Gracias por los mejores años de mi vida”, dijo alguien. “Siempre los llevaré en mi corazón”, dijo otra persona. Yo no podía identificarme con eso. Tal vez tuvieron otra experiencia, tal vez supieron disfrutar más o tuvieron la suerte de encontrar personas que sí valían la pena. Yo no. Y por eso no me siento parte.
Tampoco me arrepiento. Porque cada cosa que viví, incluso lo feo, me hizo más fuerte. Me enseñó a confiar en mí, a identificar quién sí me quiere bien y quién solo está por interés o por costumbre. Aprendí que no tengo que aguantar situaciones solo por miedo a estar sola. Que no soy menos por no encajar. Que mi valor no se mide en cuántos amigos tengo o en qué tan popular soy. Me cansé de fingir que todo estaba bien. Y ahora, al cerrar este capítulo, me prometo no volver a hacer eso.
Siento que, por primera vez, tengo el control. Estoy saliendo de un espacio donde me sentía atrapada y entrando en una nueva etapa donde quiero hacer las cosas diferente. Quiero ser yo, sin miedo. Sin filtro. Si no les gusta, está bien. No me voy a volver a achicar por encajar.
Claro, me da un poco de miedo. La preparatoria es otro mundo, más grande, con más exigencias. Pero también es una oportunidad. Una hoja en blanco. Y eso me emociona. Me emociona poder decidir a quién quiero tener cerca, qué versión de mí quiero mostrar, cómo quiero vivir los próximos años. No quiero repetir la misma historia.
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